sábado, 29 de diciembre de 2018

BEATIFICACION Y CANONIZACION DE SANTA MARGARITA

Santa Margarita María Alacoque, Promotora del Sagrado Corazón de Jesús: Su muerte y milagros: Proceso de beatificacion y canonización


El 8 de octubre de 1690 cayó gravemente enferma y fue obligada a guardar cama. Llamado el doctor Billet dijo que no había gravedad alguna. Ella estaba segura de que iba a morir muy pronto y pidió que le diesen el viático por la mañana del 16 de octubre. Como nadie se persuadía de que estaba en peligro de muerte, no se lo concedieron; pero, como estaba todavía en ayunas, pidió la comunión y la recibió con amor de serafín, pues sabía que era la última comunión de su vida.

116 San Francisco de Sales (1567-1622), obispo de Ginebra y doctor de la Iglesia, había fundado la Orden de la Visitación de Santa María en Annecy (Francia) el año 1610 en unión con santa Juana Francisca de Chantal.

El último día se vio atormentada por el temor a los juicios de Dios y con tristes gemidos decía: ¡Misericordia, misericordia! Al poco rato se calmó y exclamó: Cantaré eternamente las misericordias del Señor.

Le dijeron que la Superiora había mandado avisar a sus parientes; y respondió: No llegaré a ver a ninguno. Es hora de morir y ofrecer a Dios el sacrificio de todas las cosas. A las cinco de la tarde del 17 de octubre, viendo que se debilitaba, volvió a pedir el santo viático, pero el médico consideró que no había tan extrema necesidad y que podían esperar al día siguiente.

Llegando la Superiora, pidió que le diesen la unción de los enfermos y añadió que ya no tenía necesidad de médico, sino sólo de Dios para sumergirse enteramente en el Corazón de Jesús. Llegaron entonces todas las hermanas y rezaron las oraciones de los agonizantes. Antes de morir pidió que rezasen en su presencia las letanías del adorable Corazón de Jesús y las de la Santísima Virgen, y que además invocasen por ella a su santo fundador, a su ángel custodio y a san José, pidiéndoles que la asistieran con su protección (119).

Mientras le administraban la santa unción, invocando el santísimo nombre de Jesús, murió. Era el martes 17 de octubre de 1690. Entonces apareció mucho más hermosa de lo que fuera en vida. Reflejaba tal blancura su semblante que daba gusto mirarla. Estuvo así hasta las cinco de la mañana y entonces le volvió el color natural, que era algo amarillo (120).

Enseguida corrió la noticia por toda la ciudad. Todo el mundo gritaba por las calles: Ha muerto la santa. Los niños cantaban también a su manera: Ha muerto la santa de las santas Marías. Al día siguiente, apenas se abrió la iglesia, colocaron en el coro de las religiosas su cuerpo exánime. Corrió a verla innumerable multitud de gente ansiosa de tocar su cadáver. No eran suficientes dos religiosas para satisfacer los deseos de la gente, porque todo el mundo deseaba y pedía con insistencia alguna cosa que le hubiese pertenecido; pero, fuera del libro de las Reglas y de las disciplinas, no se encontró nada en su poder.

En la tarde del 18 de octubre fue enterrado su cuerpo. No se vio jamás en el entierro de las hermanas tanta y tan diversa clase de gentes. También los sacerdotes que entraron en la clausura quisieron poseer algo de la hermana. Se cubrió su cuerpo con una capa de cal en polvo antes de enterrarla en la cripta del monasterio, que, según la costumbre de entonces, se encontraba debajo del coro de las religiosas.

En 1703 se recogieron sus restos. Había algo de carne y hábitos, mezclados con la cal, y desde esa época se empezó a distribuir a los fieles estas reliquias bajo el título de cenizas de la venerable Margarita María Alacoque. En cuanto a sus huesos, limpios de todo el polvo de cal, los reunieron en una urna de encina con cristal, que se colocó sobre una mesa próxima al nicho de donde habían sacado sus restos.
Después de su muerte comenzaron a suceder muchos y grandes milagros. Dicen sus contemporáneas: Sólo diremos en general que los sordos, al invocarla, oían; los ciegos, recobraban la vista; algunos niños, que no podían andar, por su intercesión han podido hacer uso de sus piernas al ponerles una camisa tocada con su tumba. Hasta el polvo de esta tumba ha curado a una infinidad de enfermos, aun a los que estaban desahuciados de los médicos. Entre ellos un hombre (señor de la Metheirie), que era médico y tenía una especie de lepra. Quedó milagrosamente curado, poniéndose una camisa que hizo tocar en la preciosa tumba (121).

De todas partes nos envían pedazos de lienzo para que los toquemos a su sepulcro y muchos vienen en persona a dar gracias a su libertadora por curaciones maravillosas que se obran todos los días mediante el poder de Dios, que se complace en exaltar a los humildes. El primer milagro auténtico que hizo Dios por su intercesión fue a favor de nuestra querida hermana Claudia Angélica Desmoulins, de 20 años, profesa de este monasterio, que hacía tres meses estaba postrada en cama por una parálisis de medio cuerpo. Una de nuestras hermanas le instó mucho a que se dirigiera a la venerable hermana Margarita María para obtener su curación.

En la noche del 18 de febrero de 1713 soñó que tenía puesta una camisa que había tocado la tumba de la venerable, y estaba curada. Cuando despertó, le pidió a la enfermera que se la pusiera y, habiéndolo hecho, un cuarto de hora después se encontró la enferma curada, pidió su hábito, se vistió ella misma y se fue por su pie al coro, donde estaba la Comunidad cantando. La alegría fue general tanto que muchas lloraban. Se cantó el “Te Deum” y todo parecía como una fiesta solemne. Los médicos que la habían asistido durante la enfermedad y que fueron llamados al momento, testificaron que la curación era milagrosa, causándoles gran admiración, pues habían declarado incurable a la joven enferma (122).

Monseñor Gauthey, arzobispo de Besanzon, en su libro Vida y obras de santa Margarita María de Alacoque, volumen tercero, narra más de 70 milagros realizados por su intercesión después de su muerte; usando madera de su ataúd o tierra de su tumba o con alguna tela que había tocado su sepulcro o con camisas o prendas de vestir que había usado la santa durante su vida.

PROCESO DE BEATIFICACIÓN Y CANONIZACIÓN

En 1715 se abre el Proceso ordinario, que no puede terminarse. Más tarde a causa de los gravísimos problemas suscitados por la Revolución francesa, las hermanas de Paray fueron obligadas a salir de su convento el 16 de setiembre de 1792. Los restos de la venerable Margarita María y del padre de La Colombière fueron sacados en secreto y encomendados a la hermana María Teresa Petit, que pertenecía a una familia distinguida de Paray. Cuando los municipales encontraron las urnas en su casa, les prohibió tocarlas y pudo conservarlas. En 1801, cuando Napoleón hizo un Concordato con la Santa Sede, se les permitió a algunas religiosas vivir en una parte del monasterio, pero en condiciones muy onerosas. Por ello, en 1809, fueron a vivir al local de la antigua abadía benedictina, cuya iglesia se había convertido en parroquia. Siempre iban acompañadas de los restos de sus dos queridos santos.

En 1817 varias religiosas fueron a reunirse con la Comunidad de Moulins y quisieron llevarse las urnas, pero las autoridades de la ciudad les impidieron llevárselas. Se las encomendaron al párroco de la ciudad, quien para mayor seguridad las tuvo en su propia casa. Ese mismo año fueron devueltos los restos para que los guardaran las dos religiosas que se quedaron en Paray: María Rosa Carmoy y María Teresa Petit.
En 1821 el obispo de Autun hizo una colecta pública para comprar el convento de Paray, lo que consiguió pagando 50.000 francos. Hubo que hacer muchos arreglos, porque el convento estaba muy deteriorado, ya que lo habían saqueado completamente. Después de la restauración, el obispo hizo la bendición solemne el 16 de junio de 1823. Así pudo florecer de nuevo la Comunidad de Paray, que había guardado celosamente los restos de santa Margarita María y de san Claudio de La Colombière.

Después de más de un siglo de paralizados los trámites, en 1819 la Congregación de Ritos pidió al obispo de Autun una nueva información sobre su fama de santidad. Esto se realizó en 1821, tomando testimonio a 14 testigos. El 30 de marzo de 1824 el Papa León XII la declaró venerable. Este mismo año se hizo el reconocimiento canónico del cadáver. Se encontraron sus huesos, pero su cerebro estaba intacto y fresco después de siglo y medio de enterrado. Era el cerebro que había consagrado todos sus pensamientos al divino Corazón de Jesús. El proceso apostólico se abrió en Roma el 2 de febrero de 1830.

Fueron aprobados tres milagros para su beatificación. La curación de María de Sales Chareault, ocurrida en 1828; la de la visitandina sor María Teresa Petit, ocurrida el 22 de julio de 1830, el día de la apertura de su tumba para el proceso apostólico; y el de sor Luisa Filipina Bollani, visitandina de Venecia.

Los tres fueron reconocidos como milagros y el Papa Pío IX firmó el decreto De tuto para su beatificación el 19 de agosto de 1864 en Castelgandolfo. La ceremonia de beatificación tuvo lugar en la basílica vaticana el 18 de setiembre de 1864.

En 1907, se presentó a la Congregación de Ritos la Positio super miraculis con la relación documentada de los milagros que fueron reconocidos para la canonización. El primero la curación de Luisa Agostini, casada. A los 16 años tuvo una hija que murió a las pocas semanas. Ocho años más tarde tuvo otra hija, cuyo nacimiento dejó a Luisa extremadamente débil y frágil. Empezó a sentir dolores violentos en la región lumbar, empeorando cada día. El 11 de junio de 1899 no podía caminar y quedó parapléjica con insensibilidad en los miembros inferiores y atrofia de los músculos. Las medicinas no le hacían ningún efecto y ella acudió a la intercesión de la beata Margarita María de Alacoque. Así estuvo orando y sufriendo hasta el 21 de junio de 1903. Ese día estaba sentada en un sillón, cuando coge la canastilla en la que tenía su labor, y súbitamente sintió recobrar sus fuerzas, pudiendo levantarse. Desde ese momento su enfermedad, llamada mielitis meníngea, desapareció.

La segunda sanada fue la condesa Antonia Astorri Pavesi, que tenía un tumor canceroso en el seno derecho. Se había casado a los 23 años y tuvo dos hijos. En 1903 se le descubrió un tumor maligno en el seno derecho del grosor de una nuez. Este cáncer de mama ponía en riesgo su vida y le ofrecieron una intervención quirúrgica, pero ella quiso antes encomendarse a la intercesión de la beata Margarita y pidió a su hija la reliquia que tenía en casa. Se la aplicó el 23 de octubre sobre la parte enferma y comenzó una novena. El día 28 por la mañana descubrió que ya no tenía nada del tumor.

Estos dos milagros fueron reconocidos como tales por la Comisión médica del Vaticano y la beata Margarita María fue canonizada en la basílica vaticana el 13 de mayo de 1920, junto con el pasionista Gabriel de la Dolorosa, por el Papa Benedicto XV.
53
En esa oportunidad el Papa declaró solemnemente: Nos, después de implorar con fervor las luces de lo alto, para gloria de la santa e individua Trinidad, para acrecentamiento y prez de la fe católica, con la autoridad de N.S. Jesucristo, de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y después de madura deliberación, con el voto de nuestros venerables hermanos los cardenales de la santa Iglesia romana, así como también con el consejo de los Patriarcas y Primados, arzobispos y obispos, decretamos que la dicha beata Margarita María de Alacoque de la Orden de religiosas de la Visitación, es santa y que se ponga en el catálogo de los santos… Y mandamos que se celebre la fiesta de santa Margarita María de Alacoque todos los años el día 17 de octubre y que se anote en el martirologio romano. Dado en Roma el año 1920, día, trece de mayo, sexto de nuestro Pontificado. Yo, Benedicto XV, obispo de la Iglesia romana (123).

RELOJ DE LA PASION DE JESUS

RELOJ DE LA PASIÓN DE JESÚS 
(JUEVES Y VIERNES SANTOS)





Meditar las horas siguiendo el sentido de las flechas:
   
JUEVES. A las seis de la tarde: Jesús se ciñe con un lienzo, y echando agua en una bacía, lava los pies a sus discípulos, los enjuga y besa. ¡Qué humildad!

[Cruz]A las sieteinstituye el Santísimo Sacramento, dando a los sacerdotes el pasmoso poder de convertir el pan y vino en su Cuerpo y Sangre preciosísima. ¡Qué amor!
[Cruz]A las ocho, va al huerto de Getsemaní; y a pesar de la tristeza y sudor de sangre, ¡cuán fervorosa y constante es su oración!
[Cruz]A las cuatro, le bajan de la cruz; ¡qué escena aquella tan tierna! ¡Qué lágrimas! ¡Qué coloquios!

[Cruz]A las cinco, mira a Jesús en los brazos de su Madre, y, viendo sepultado a su Hijo, toma parte en su dolor.


FIN


[Estampa del siglo XIX con un grabado del reloj de la pasión de Jesús]
Reloj de la Pasión




"¡Qué diferentes voces eran: quita, quita, crucifícale y bendito sea el que viene en el nombre del Señor, hosanna en las alturas! ¡Qué diferentes voces son llamarle ahora Rey de Israel, y de ahí a pocos días decir: no tenemos más rey que al César! ¡Qué diferentes son los ramos verdes y la cruz, las flores y las espinas! A quien antes tendían por alfombra los vestidos propios, de allí a poco le desnudan de los suyos y echan suertes sobre ellos."

San Bernardo
Sermón sobre el Domingo de Ramos
[Cruz]A las nueve, es entregado por Judas, preso, cargado de cadenas y abandonado de sus discípulos: ¿y no le has entregado tú también alguna vez?
[Cruz]A las tres, entrega su Espíritu al Padre Eterno, y muere por mi amor. (Reza cinco Padrenuestros).
[Cruz]A las diez, le llevan a casa de Anás: ¡cuán diferente entrada hace hoy en Jerusalén de la que hizo el día de Ramos! ¡Qué terrible bofetada le dan!
[Cruz]A las dos, se queja amorosamente con su Padre: tiene sed, ¡y le dan a beber hiel y vinagre!... Ya todo se acabó.
[Cruz]VIERNES. A las cuatro de la mañana. Ha sufrido esta noche infinitos escarnios en casa de Caifás: Pedro le ha negado tres veces, y ahora gritan todos que es blasfemo y digno de muerte. ¡Qué ingratitud!
[Cruz]A la una, ruega por sus verdugos, abre el paraíso al ladrón; y nos da por Madre a su propia Madre: ¡qué bondad!
[Cruz]A las cinco, le conducen ante Pilatos ¡qué insultos por las calles! ¡Con qué furor le acusan!
[Cruz]A las doce, le desnudan y clavan en la cruz: ¡qué ignominia! ¡Qué tormento!
[Cruz]A las seis, es presentado a Herodes; le visten una ropa blanca y escarnecen como a loco; ¡y es la Sabiduría infinita!
[Cruz]A las once, sale ya con la Cruz a cuestas. ¡Qué caídas tan dolorosas! ¡Qué amargura, cuando encuentra a su Madre! ¡Qué palabras tan tiernas dirige a las mujeres que le siguen!
[Cruz]A las siete, Pilatos le compara con Barrabás y ¡ay!, es pospuesto a tan vil asesino.
[Cruz]A las diez, dice Pilatos: Ecce homo, mostrándole al pueblo, y éste pide feroz que sea crucificado. Cede el cobarde juez y le condena a muerte.

[Cruz]A las nueve, le hincan en la cabeza una corona de setenta y dos espinas. ¡Qué tormento!


PADRE MATEO CRAWLEZ-BOEVEY

PADRE MATEO CRAWLEY-BOEVEY-HORA SANTA DE DICIEMBRE


PARA REZAR EN FAMILIA

Nota: La hora Santa fue concebida por el Padre Mateo Crawley como parte de la Adoración Nocturna al Sagrado Corazón en los hogares; por tanto es aconsejable rezarla en familia asumiendo los padres y los hijos la lectura de los distintos protagonistas.

Las cinco peticiones del Corazón de Jesús
Ahí lo tenéis; miradlo con fe viva: ese es Jesús… En esa Hostia divina lo vio su sierva Margarita María…; desde ella oyó su voz arrobadora, sus lamentos, los sollozos de su Corazón, despedazado por los tormentos del amor y de la ingratitud humana… Ahí le tenéis; miradle: ese es Jesús, el Dios tierno, dulce y misericordioso de Paray-le-Monial. Transportémonos en espíritu a esa capillita humilde y misteriosa, y, en compañía de la predestinada Margarita María, con la frente en el polvo y con el alma henchida en fervores de cielo, adoremos a Jesucristo, que nos quiere hablar, en esta Hora Santa, de los anhelos, de las tristezas, de las victorias y de las divinas promesas de su Sagrado Corazón… ¡Ahí lo tenéis, miradlo con fe viva: ese es Jesús!
(Pausa)
(En este primer Viernes, el último del año, pedidle que perdone muchas faltas, muchas infidelidades, mucha tibieza; pero agradecedle, al mismo tiempo, en unión con María, el sinnúmero de gracias y mercedes con que os ha colmado su amable Corazón).
Voz de Jesús. (Primera petición: la Comunión reparadora).
Levantad los ojos, hijitos míos, y aunque confundidos porque sois culpables, miradme sin recelo; no temáis, pues soy Jesús, que os ama perdonando…
Venid, quiero sentir el calor de vuestro abrazo; comulgad, en nombre, ¡ay!, de tantos que jamás comulgan… ¡Si supierais qué desolación inmensa siente mi alma cuando recorro los caminos frecuentados por los hombres, y, con la mano extendida como un mendigo, voy reclamando un corazón que se me niega!…
¡Y vuelvo entonces solo con mi angustia a mi Sagrario…, y me oculto en él, saboreando mil rechazos!…
¡Ah!, pero mi Corazón de Buen Pastor, jamás se desencanta de los hombres… Salgo nuevamente y ruego y suplico que se me brinde un hospedaje… A veces, al caer el día, destrozados ya mis pies, encuentro un niño, un pobre, que acepta un asiento en el banquete eucarístico… Almas queridas, es este desamor el que me hiere mortalmente… ¡Cuántos son los que viven una larga vida sin haber jamás saboreado las delicias de una Comunión!… La Hostia es, sin embargo, la herencia, el cielo anticipado y exclusivo de los hombres…
Tengo sed de amor.
Tengo sed abrasadora de ser amado en este Sacramento de amor.
Tengo sed infinita de entregarme día a día a millares de almas en mi sacrosanta Eucaristía.
Venid, mis preferidos, y compensad la ausencia de tantos que menosprecian este don supremo; comulgad vosotros con comunión reparadora; dadme vosotros el amor que se me niega; estrechadme en nombre de los que huyen de mis brazos; aprisionadme, hacedme todo vuestro, en desagravio de la culpable ausencia de innumerables hijos que, aturdidos por el mundo, olvidan que en este Tabernáculo está su Padre y está su Dios, bajo las apariencias del Maná sacramentado.
Más que vuestro aliento, más que vuestra sangre, mucho más que vuestra alma, Yo, Jesús-Eucaristía, quiero ser eternamente vuestro…
¡Oh!, venid sin más demora…, volad ante mi altar y prometedme siempre el gran consuelo de la Comunión reparadora, muy frecuente.
¿Seréis insensibles a mi amor y a mis lamentos?… Hijos míos, contestadme…
(Pausa)
(Un Dios está pendiente de nuestros labios; respondámosle con pasión del alma).
Las almas. Como el ciervo sediento busca la fuente de las aguas, así, apasionados de tu Corazón, nos abalanzamos a ti, ¡oh, Fuente!, ¡oh, Vida!, ¡oh, Paraíso, Jesús-Eucaristía!… No es una mera palabra, Señor, no: es una solemne promesa la que hacemos en esta Hora Santa la de vivir de Eucaristía en desagravio de la ausencia dolorosa de tantos hijos tuyos, que jamás comulgan…
Recoge, pues, nuestra plegaria y, desde ese altar, sonríe, consolado, ¡oh, amable Prisionero del Sagrario!
Ven… te adoramos, Jesús, en este Sacramento querido.
(Todos, en voz alta)
Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.
Ven… te adoramos, Jesús, en este Sacramento de amor.
Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.
Ven… te adoramos, Jesús, en este Sacramento de dulzura.
Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.
Ven… te adoramos, Jesús, en este Sacramento santificador.
Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.
Ven… te adoramos, Jesús, en este Sacramento de fortaleza.
Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.
Ven… te adoramos, Jesús, en este Sacramento de consuelo.
Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.
Ven… te adoramos, Jesús, en este Sacramento de divina esperanza.
Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.
Ven… te adoramos, Jesús, en este Sacramento de vida eterna.
Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.
Ven… te adoramos, Jesús, en este Sacramento de suavidad infinita.
Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.
Ven… te adoramos, Jesús, en este Sacramento de paz inefable.
Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.
Ven… te adoramos, Jesús, en este Sacramento de luz indeficiente.
Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.
Ven… te adoramos, Jesús, en este Sacramento de celestiales delicias.
Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.
Ven… te adoramos, Jesús, en este Sacramento, prenda de gloria inmarcesible.
Inflama nuestras almas de sed de Eucaristía.
(Pausa)
(No olvidéis: lo que acabamos de decirle no es una palabra que se desvanece como el entusiasmo de un momento: es una resolución, es una gran promesa de comulgar con suma frecuencia en espíritu de desagravio).
Jesús. (Segunda petición: la celebración de todos los Primeros Viernes).
Vuestro amor ardoroso me alienta… Me siento reconfortado con vuestra promesa, y ya que ella es tan fervorosa y sincera, atended todavía, hijos de mi Corazón, un segundo pedido de vuestro Dios y Maestro… Quiero que me dediquéis un día de especial consuelo…; quiero sentiros en él más cerca de mi Corazón Divino; en beneficio vuestro, quiero colmaros en ese día privilegiado de aquellas gracias que reservo a los muy fieles, a los muy míos… Que ese día de amor y de celo, de reparación y de consuelo, sea el Primer Viernes… Dedicádmelo con especial cariño, celebradlo en alabanza mía con particular fervor… Sí, vosotros todos, que me comprendéis mejor que el mundo, venid cada Primer Viernes al comulgatorio, venid a visitarme, con el amor de los serafines, en mi Santa Eucaristía, y tomad ahí el asiento de Juan, mi predilecto, y habladme ahí el idioma de Margarita María, mi venturosa confidente… Y luego, en silencio, recogidos ante el altar, buscando el calor de mi pecho, puestos el alma y los labios en la herida de mi Costado, habladme de todo lo que os aflige e interesa, nombradme a los que amáis y que no me aman, contadme vuestras ambiciones de santidad y vuestras miserias, confiadme vuestras amarguras, decídmelo todo, todo… El Primer Viernes será día de gracia hasta la consumación de los tiempos; día de gran misericordia… Recogedla superabundante para el hogar querido, para los pecadores; ¡ah!, y en este día pedidme especialmente por mis sacerdotes y apóstoles, rogad por ellos, que sean santos y que santifiquen las almas que les he confiado… Y ahora, escuchad: voy a daros mi palabra en garantía de una infinita recompensa: “En el exceso de mi misericordia, os prometo, a todos los que comulguéis nueve Primeros Viernes consecutivos, la gracia de la penitencia final; si esto hacéis, no moriréis en mi desgracia, ni sin recibir los Sacramentos, y, en vuestra última hora, encontraréis asilo seguro en mi Divino Corazón”. ¿Qué respondéis amados míos a esta palabra que agota mi omnipotencia, entregándoos, para el tiempo y la eternidad, mi Corazón?…
(Pausa)
(Aunque ni en el cielo podremos pagar tantas larguezas, comencemos desde aquí ante el altar, nuestra eterna acción de gracias… Hablemos a Jesús con palabras de fuego).
Las almas. ¡Oh, Jesús, por cumplir con el deber de amarte, Tú nos puedes ofrecer un cielo, porque eres Dios… Pero nosotros, pobrecitos, ¿qué podremos darte en pago de habernos amado gratuitamente…, y hasta el exceso de la Cruz y de la Eucaristía?…. ¿Qué diéramos, Jesús, por tener en este instante los incendios de San Juan, de Magdalena y de San Pedro; los heroísmos de holocausto de Margarita María, y la caridad incomparable de tu Madre, para saciarnos de amor, para enloquecer de amor, para morir de amor entre las llamas de tu dulce y adorable Corazón?… Nos pides, Señor, la celebración de un día… Quieres que te consagremos en especial los Primeros Viernes… Sí, Jesús, ¡oh, sí!, todo él será tuyo: de la alborada hasta el anochecer, en cada latido de nuestros corazones habrá para ti una palabra, un afecto, un suspiro de gratitud y de consuelo… En cambio, no te pedimos, Maestro muy amado, sino una gracia, y es que sigas siendo benigno y paciente en soportarnos, no obstante las muchas y constantes miserias de nuestra voluntad, tan tornadiza y frágil… ¡Tennos piedad, Señor!… No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!
(Todos, en voz alta)
No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!
Cuando te llamemos, Jesús, en los desmayos del corazón, al sentir que nos enfriamos en tu amor…
No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!
Cuando te llamemos, Jesús, en las inevitables tentaciones en que desfallece y vacila nuestra fe…
No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!
Cuando te llamemos, Jesús, en las fatigas que acarrea una vida de lucha y de incesante sacrificio…
No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!
Cuando te llamemos, Jesús, en la exasperación que producen los grandes y crueles dolores de la vida.
No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!
Cuando te llamemos, Jesús, en los desalientos que provocan ciertos desengaños dolorosos y enteramente inesperados…
No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!
Cuando te llamemos, Jesús, en las horas de perplejidad, en la angustia de una penosa incertidumbre…
No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!
Cuanto te llamemos, Jesús, a nuestra casa para suavizar congojas íntimas y desgracias que nadie puede remediar…
No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!
Cuando te llamemos, Jesús, como el Buen Samaritano, al lecho de un enfermo del alma, que necesita de tu gran misericordia…
No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!
Cuando, en fin, te llamemos, Jesús, en nuestra hora postrera para darte, en la Hostia Divina, nuestro último abrazo en la tierra, ven sin demora, trayéndonos la vida eterna.
No te canses de nosotros, ¡oh, Divino Corazón!
(Breve pausa)
Y como nos lo has pedido, Señor, queremos rogar por tus sacerdotes, por los ministros de tu altar y tus apóstoles… Dales, amado Salvador, la luz de una fe muy viva… Dales el don de una caridad sin límites… Dales el tesoro de una humildad a toda prueba… ¡oh!, dales, Jesús, resolución de santidad y pasión, celo ardiente por tu gloria… Y puesto que la mies es mucha, aumenta, Jesús, los segadores realmente santos del campo de tu Iglesia, y envía a tu viña obreros según tu Corazón…
(Pedid por el Soberano Pontífice y ofreced las buenas obras del Primer Viernes de mañana, en especial por la verdadera santificación de los sacerdotes… Y que siga Jesús revelándonos sus deseos; su voz, que extasía a los ángeles del Santuario, nos señala un camino hacia su Corazón… Oigámoslo).
(Pausa)
Jesús. (Tercera petición: la Hora Santa).
Todos los que estáis aquí, todos me sois particularmente queridos… Vuestras almas enamoradas y compasivas me supieron a miel y néctar en la hora más horrenda y angustiosa de mi Pasión: ¡en mi agonía de Getsemaní! Yo os vi entonces, entre las sombras del Huerto… Vosotros me amáis, ¡oh, sí!, me amáis, ciertamente, mucho más que tantos otros hermanos vuestros… Y por esto tenéis un derecho mayor a mi confianza: ¡sois tan míos al compartir los tedios, abandonos y las torturas de mi Corazón agonizante en la Hora Santa!… ¡Qué consuelo inmenso siento al ver que no se ha perdido en el vacío la súplica que hice a mi Esposa Margarita María, cuando le pedí esta hora de intimidad amorosa, en petición de mi reinado y por la conversión de los desdichados pecadores!…
Hacedme siempre esta guardia de honor y de desagravio… Amadme, orad, velad conmigo, labrad mi triunfo en la Hora Santa… Hacedla siempre, hacedla con fervor de caridad, hacedla con amor de sacrificio… ¿Querríais abandonarme en la hora de las traiciones, en el momento de saborear lo más acerbo de mi cáliz?… No he de llamar a la legión de los ángeles, no: quiero llorar la sangre de mis venas, rodeado por mis redimidos, sostenido entre los brazos de mis amigos fidelísimos… Mi Corazón herido, mi Corazón que llora, el Corazón agonizante de vuestro Hermano Primogénito, es herencia vuestra, que no os será jamás arrebatada, ¡jamás!… Hacedme, pues, Cautivo vuestro en la Hora Santa; encadenadme a vuestras almas, y llevadme prisionero a vuestras casas… Para eso os he llamado, amados míos; con ese objeto habéis llegado ante este altar… ¡Ea, avanzad! Yo soy Jesús de Nazaret…; aquí tenéis mis manos…, mis pies…: encadenadme con grillos de amor…
Aquí tenéis, tomad mi Corazón: encerradlo para siempre en los vuestros…
Y ahora, consoladores míos, ¿qué más queréis…, qué más pedís?…
(En voz alta)
Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh, Divino Corazón!
Jesús. ¿Olvidáis entonces vuestros intereses terrenales?… ¿Qué queréis que os dé, como suprema recompensa?
(En voz alta)
Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh, Divino Corazón!
Jesús. Pero, ¡qué!, ¿no quisierais bienes temporales de fortuna o de salud? Habladme, ¿qué pedís en pago de esta Hora Santa?
(En voz alta)
Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh, Divino Corazón!
Jesús. Hijitos míos tan amados, vuestra generosidad me conmueve hondamente… No temáis; decid, ¿qué puedo daros, qué tesoro pedís en galardón por vuestro generoso olvido?
(En voz alta)
Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh Divino Corazón!
Jesús. Ese es, almas queridas, el lenguaje de los santos… Con él me habéis vencido… Hablad, pues; decid lo que solicitáis sin más demora…
(En voz alta)
Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh Divino Corazón!
Jesús. Al contestarme así os abandonáis sin reserva en mis brazos… Aquí tenéis mi Corazón; disponed de él… Expresadle cuál es vuestro íntimo deseo…
(En voz alta)
Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh Divino Corazón!
Jesús. Pero en tantas penas y sinsabores de la tierra…, en el desengaño del amor de las creaturas, ¿no tenéis alivio y consuelo qué pedirme?… ¿Qué lenitivo, qué bálsamo queréis que os dé?
(En voz alta)
Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh Divino Corazón!
Jesús. Y por ese gran deseo de amarme, por ese afán de darme inmensa gloria, ¿qué pago anticipado de justicia me reclamáis aquí en la tierra?…
(En voz alta)
Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh Divino Corazón!
Jesús. Consoladores busqué y los he encontrado en espíritu y en verdad… Pero en la hora de vuestra agonía, cuando estéis ya por despediros de la tierra, ¿qué me pedís por haber consolado en la Hora Santa a vuestro Dios en su agonía?
(En voz alta)
Las almas. Amarte y darte gloria, ¡oh Divino Corazón!
(Ofreced al Sagrado Corazón hacer durante toda vuestra vida el bellísimo ejercicio de la Hora Santa, y prometedle propagar esta práctica salvadora).
(Pausa)
Jesús. (Cuarta petición: el culto a su Corazón Divino).
Los enemigos os cercan…, la tempestad arrecia y os azota con furor, hijitos míos, la tempestad de aquel abismo en que se me maldice a Mí y en que se condenan, con desdicha eterna, los que quisieron luchar sin los auxilios de mi gracia… Ruge violento y crece ese huracán, hirviente en cólera satánica, que busca la muerte de las almas… Pero no temáis, pues Yo he vencido al mundo y al infierno…; quedad en paz… He aquí que os traigo ahora un signo seguro de bonanza…, una enseña de victoria: ¡mi Corazón Divino!… Caed de rodillas y temblando de amor inmenso, aceptadle primero…, y luego adoradle, sí, adoradle como que es el Corazón de vuestro Dios y Salvador, que os ha amado hasta la locura del Calvario y de la Hostia… Sus palpitaciones de misericordia y de perdón son las palabras…, son los gemidos con que os suplica que le améis por encima de todas las cosas del cielo y de la tierra… ¡Oh!… y por sus espinas, por la Cruz que lo corona, y sobre todo, por la ancha y sangrienta herida que lo tiene lacerado, os conjura que le deis inmensa gloria…, que lo hagáis conocer y amar de tantos infortunados, que necesitan de esta fuente milagrosa de resurrección…
(Lento y cortado)
Venid, pues, los desterrados de un paraíso terrenal…; no me temáis y entrad por mi Costado, donde hallaréis la paz del alma que anheláis…
Venid los engañados por los espejismos de un desierto, siempre traicionero…; no me temáis y entrad por mi Costado, donde hallaréis las santas realidades de mi amor, que apaga toda sed…
Venid los peregrinos de un camino, bordeado de abismos de error y de desdicha…, no me temáis y entrad por mi Costado, donde hallaréis consuelos y esperanzas, que os reserva un Dios, que es todo caridad…
Venid los infortunados de la vida, que sois tantos, los decepcionados del dinero y del aprecio de los hombres…; no me temáis y entrad por mi Costado, donde hallaréis luz, calma y delicias ignoradas, en medio de todos los quebrantos…
Venid, venid pronto los que tenéis amargada el alma en los placeres envenenados de la tierra…; no tardéis; entrad en mi Costado en plena juventud; entrad en él, en el atardecer de la existencia; entrad, no fuera, sino en la postrera hora de la vida… y encontraréis ahí, recobrando para siempre, un paraíso de eterna paz y de amor eterno…
Venid… Longinos abrió las puertas de mi Corazón… Yo he rasgado más aún esa herida redentora… y llamo a los justos, a los pecadores, a los ingratos, a los afligidos y les ofrezco, en esa llaga, a todos, una mansión de dicha eterna… ¡Quien se consagre al amor de mi Corazón…, tendrá la vida!
(Pausa)
Las almas. ¡Piedad, Jesús!… Recuerda que ofreciste la victoria a las huestes que combatieran con el lábaro de tu Sagrado Corazón…
(Todos, en voz alta)
Acuérdate de tus promesas, ¡oh Divino Corazón!
¡Piedad, Jesús!… Recuerda que ofreciste la paz a los hogares que entronizaran con amor la imagen de tu Sagrado Corazón…
Acuérdate de tus promesas, ¡oh Divino Corazón!
¡Piedad, Jesús!… Recuerda que ofreciste convertir a los más empedernidos pecadores con la misteriosa fuerza de tu Sagrado Corazón…
Acuérdate de tus promesas, ¡oh Divino Corazón!
¡Piedad, Jesús!… Recuerda que ofreciste santificar las almas de los buenos que se consagraron con fe viva a tu Sagrado Corazón…
Acuérdate de tus promesas, ¡oh Divino Corazón!
¡Piedad, Jesús!… Recuerda que ofreciste endulzar las penas de las almas afligidas que reclamaran los consuelos de tu Sagrado Corazón…
Acuérdate de tus promesas, ¡oh Divino Corazón!
¡Piedad, Jesús!… Recuerda que ofreciste deshacer el hielo de la indiferencia religiosa, inflamando el mundo en los ardores de tu Sagrado Corazón…
Acuérdate de tus promesas, ¡oh Divino Corazón!
¡Piedad, Jesús!… Recuerda, sobre todo, que ofreciste hacer dormir entre tus brazos, en sueño de apacible y santa muerte, a los amigos, a los consoladores y a los apóstoles de tu Sagrado Corazón…
Acuérdate de tus promesas, ¡oh Divino Corazón!
(Si tuvierais alguna intención particular apremiante y grave, hacédsela presente).
Jesús. (Quinta petición: el establecimiento de una fiesta solemnísima en honor de su Sagrado Corazón).
¿Sabéis, hijos de Mi Corazón, por qué os amo tanto y por qué me inclino, con maravilloso desbordamiento de ternura hacia vosotros?… ¡Ah!, oídmelo: ¡porque a vuestra pequeñez y miseria, porque a vuestra orfandad, pobreza e infortunio debo el ser Hermano vuestro…, el ser Jesús!… El abismo de vuestra nada y de vuestra culpa atrajo el de mi misericordia, y para él y por él fue creado así, de carne, como el vuestro, este Corazón que es todo ternura e infinita piedad… Era preciso, pues, que los niños, los pobres, los tristes, los desamparados, los desechados de la tierra y este vuestro Salvador tuviéramos un día propio, un día grande y único, un día de regocijos celestiales, en que celebraríamos nuestra eterna unión por nuestro desposorio eterno. Ese día incomparable será el Viernes siguiente a la Octava del Corpus, y será llamado el día de mi Sagrado Corazón… Es mi voluntad que sea ésta la gran fiesta de la tierra, la fiesta genuina de los mortales, de los que sufren, de los que vivís conmigo bajo tienda en el desierto: ¡vuestra fiesta, hijitos míos!… Celebrad en ese Viernes la gran Pascua de mis misericordias; celebrad la conquista de una tierra ingrata con las lágrimas y el perdón de vuestro Dios… Cantadme en ese día… Regocijaos con alegría no enturbiada… Cantadme Rey amable de vuestros hogares… ¡Ah, sí: cantadme triunfador de paz y de humildad por las inagotables ternuras de mi benigno Corazón!…
(Pausa)
(Prometedle celebrar con íntimo regocijo, ante el altar y en vuestros hogares, como fiesta de familia, la gran fiesta del Sagrado Corazón).
Las almas. ¡Oh, sí!, Jesús, queremos cantar ahora en Sión, aquí en la tierra, un himno de acción de gracias, un cantar de Eucaristía, que los ángeles no sabrían entonarle, porque ni han pecado, ni han sufrido…, ni jamás han comulgado… Nosotros, los perdonados, anegados en llanto de amargura y de reconocimiento, queremos decirte con los discípulos de Emaús, al terminar esta Hora Santa y feliz: ¡Quédate con nosotros, Corazón de Jesús!
(Todos, en voz alta)
Quédate con nosotros, Corazón de Jesús.
Gracias, Señor, en nombre de tantos pecadores rescatados… Y cuando nuestra flaqueza y las tentaciones quieran arrojarte de la conciencia de estos hijos tuyos…, ¡no te vayas, Maestro!
Quédate con nosotros, Corazón de Jesús.
Gracias, Señor, en nombre de tantos tristes consolados… Y cuando el torcedor de inevitables penas venga a herirnos cruelmente, con licencia tuya…, ¡no te vayas, Maestro!
Quédate con nosotros, Corazón de Jesús.
Gracias, Señor, en nombre de tantos pobres fortificados en tu esperanza… Y cuando las asperezas de la vida nos la hagan cansada y muy penosa… ¡no te vayas, Maestro!
Quédate con nosotros, Corazón de Jesús.
Gracias, Señor, en nombre de tantos desvalidos, alentados por tus promesas. Y cuando la tierra nos brinde sus frutos naturales de abrojos y de espinas…, ¡no te vayas, Maestro!
Quédate con nosotros, Corazón de Jesús.
Gracias, Señor, en nombre de tantos decepcionados, felizmente iluminados por tu gracia… Y cuando la ingratitud nos despedace el alma y nos desengañe de las criaturas… ¡no te vayas, Maestro!
Quédate con nosotros, Corazón de Jesús.
Gracias, Señor, en nombre de tantos caídos y enfermos, regenerados por tu caridad… Y cuando nuestras fragilidades quieran arrastrarnos a la muerte…, ¡no te vayas, Maestro!
Quédate con nosotros, Corazón de Jesús.
Gracias, Señor, por tantos moribundos redimidos a la hora undécima… Y cuando la agonía nos advierta que se acerca la hora de la justicia inexorable…, ¡oh, no te vayas, Redentor y Maestro!
Quédate con nosotros, Corazón de Jesús.
Sí, quédate en ese instante de suprema congoja, cuando desaparezcan todas las ilusiones mentirosas de la tierra, al resplandor pavoroso de un Tribunal infalible e inapelable… ¡Ah, para esa hora te damos cita, Jesús…, te recordamos, desde ahora, tus promesas, y te suplicamos que leas nuestra sentencia decisiva en aquel libro de amor en que escribiste, según tu palabra, nuestros nombres; senténcianos con la benignidad y la ternura de tu dulce Corazón!…
Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.
Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria para ganar las indulgencias otorgadas a esta devoción.
(Cinco veces)
¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
Invocación para la agonía
Amado y divino Agonizante de Getsemaní, Jesús Sacramentado, he aquí a los testigos fidelísimos de tu congoja mortal del Huerto, que vienen en demanda de una gracia suprema, prometida a los consoladores y apóstoles de tu entristecido Corazón…
Señor, no te pedimos salud, tesoros, ni una larga vida; te suplicamos que en el trance mortal de la agonía, nos tiendas los brazos, nos muestres la llaga encendida del Costado, y, al morir, nos dejes exhalar, Jesús, el último suspiro de amor, de adoración y de desagravio en la herida celestial de tu Sagrado Corazón… Cuando en esa hora de recuerdos se presente a nuestra mente la niñez, la juventud, la vida entera con todas sus flaquezas, Jesús amado, recuérdanos tus promesas, señálanos la herida abrasadora del Costado, revélanos tu Corazón para aquietar los nuestros agonizantes… Cuando en ese momento decisivo queramos asirnos de un áncora segura y deseemos abrazarnos de tu Cruz, pedirte perdón entre gemidos, llamar a María en nuestro socorro y balbucear tu nombre…, ¡ay!, si nuestros labios no pudieran pronunciarle, Tú, Jesús, que trocaste tu vida por nuestras vidas, Tú, que nos abrazaste en el comulgatorio, Tú, que nos sonreíste consolado en la Hora Santa, acércate dulcísimo, señalándonos la herida abrasadora del Costado, revélanos tu Corazón para aquietar los nuestros agonizantes…
Acuérdate, Jesús, de cuánto quisimos amarte y no de nuestras tibiezas…; acuérdate de cuánto oramos por redimirte almas, y no de nuestros pecados…; acuérdate de nuestros desvelos por entronizarte, como Rey de amor, y no de nuestras ingratitudes. ¡Oh!… acuérdate que nuestros nombres los escribiste ahí donde nadie jamás podrá borrarlos…
No te pedimos goces de la tierra, ni halagos de gloria fementida, ni amor humano… Te suplicamos que, en el trance mortal de la agonía, nos muestres la llaga encendida del Costado y nos dejes, Jesús, exhalar el último suspiro de amor, de adoración y de desagravio en la herida celestial de tu Sagrado Corazón… Ahora y en la hora de nuestra muerte: ¡Venga a nos tu reino!…

viernes, 28 de diciembre de 2018

FIESTA DE CRISTO REY ESTUDIADA AFONDO

Fiesta de Cristo Rey
Día de la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Se celebra el último domingo del año litúrgico y fue instituida por el Papa Pío XI en el año 1925. Tiene lugar el último domingo del tiempo ordinario para expresar el sentido de consumación del plan de Dios.

Conmemora que Cristo es el Rey del universo. Es el alfa y el omega, el principio y el fin. Cristo reina en las personas con su mensaje de amor, justicia y servicio. El Reino de Cristo es eterno y universal, es decir, para siempre y para todos los hombres. 
El Papa Pío XI instauró la fiesta de Cristo Rey el 11 de noviembre de 1925 con el fin de motivar a los católicos el reconocer en público que el Señor es el mandatario de la iglesia. Una celebración que coincide con la conclusión del año litúrgico, dando paso a uno nuevo con el Adviento, la preparación para la Navidad.




CARTA ENCÍCLICA
QUAS PRIMAS
DEL SUMO PONTÍFICE
PÍO XI
SOBRE LA FIESTA DE CRISTO REY

 

En la primera encíclica, que al comenzar nuestro Pontificado enviamos a todos los obispos del orbe católico, analizábamos las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y afligir al género humano.

Y en ella proclamamos Nos claramente no sólo que este cúmulo de males había invadido la tierra, porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador.

La «paz de Cristo en el reino de Cristo»

1. Por lo cual, no sólo exhortamos entonces a buscar la paz de Cristo en el reino de Cristo, sino que, además, prometimos que para dicho fin haríamos todo cuanto posible nos fuese. En el reino de Cristo, dijimos: pues estábamos persuadidos de que no hay medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de Jesucristo.

2. Entre tanto, no dejó de infundirnos sólida, esperanza de tiempos mejores la favorable actitud de los pueblos hacia Cristo y su Iglesia, única que puede salvarlos; actitud nueva en unos, reavivada en otros, de donde podía colegirse que muchos que hasta entonces habían estado como desterrados del reino del Redentor, por haber despreciado su soberanía, se preparaban felizmente y hasta se daban prisa en volver a sus deberes de obediencia.

Y todo cuanto ha acontecido en el transcurso del Año Santo, digno todo de perpetua memoria y recordación, ¿acaso no ha redundado en indecible honra y gloria del Fundador de la Iglesia, Señor y Rey Supremo?

«Año Santo»

3. Porque maravilla es cuánto ha conmovido a las almas la Exposición Misional, que ofreció a todos el conocer bien ora el infatigable esfuerzo de la Iglesia en dilatar cada vez más el reino de su Esposo por todos los continentes e islas —aun, de éstas, las de mares los más remotos—, ora el crecido número de regiones conquistadas para la fe católica por la sangre y los sudores de esforzadísimos e invictos misioneros, ora también las vastas regiones que todavía quedan por someter a la suave y salvadora soberanía de nuestro Rey.

Además, cuantos —en tan grandes multitudes— durante el Año Santo han venido de todas partes a Roma guiados por sus obispos y sacerdotes, ¿qué otro propósito han traído sino postrarse, con sus almas purificadas, ante el sepulcro de los apóstoles y visitarnos a Nos para proclamar que viven y vivirán sujetos a la soberanía de Jesucristo?

4. Como una nueva luz ha parecido también resplandecer este reinado de nuestro Salvador cuando Nos mismo, después de comprobar los extraordinarios méritos y virtudes de seis vírgenes y confesores, los hemos elevado al honor de los altares, ¡Oh, cuánto gozo y cuánto consuelo embargó nuestra alma cuando, después de promulgados por Nos los decretos de canonización, una inmensa muchedumbre de fieles, henchida de gratitud, cantó el Tu, Rex gloriae Christe en el majestuoso templo de San Pedro!

Y así, mientras los hombres y las naciones, alejados de Dios, corren a la ruina y a la muerte por entre incendios de odios y luchas fratricidas, la Iglesia de Dios, sin dejar nunca de ofrecer a los hombres el sustento espiritual, engendra y forma nuevas generaciones de santos y de santas para Cristo, el cual no cesa de levantar hasta la eterna bienaventuranza del reino celestial a cuantos le obedecieron y sirvieron fidelísimamente en el reino de la tierra.

5. Asimismo, al cumplirse en el Año Jubilar el XVI Centenario del concilio de Nicea, con tanto mayor gusto mandamos celebrar esta fiesta, y la celebramos Nos mismo en la Basílica Vaticana, cuanto que aquel sagrado concilio definió y proclamó como dogma de fe católica la consustancialidad del Hijo Unigénito con el Padre, además de que, al incluir las palabras cuyo reino no tendrá fin en su Símbolo o fórmula de fe, promulgaba la real dignidad de Jesucristo.

Habiendo, pues, concurrido en este Año Santo tan oportunas circunstancias para realzar el reinado de Jesucristo, nos parece que cumpliremos un acto muy conforme a nuestro deber apostólico si, atendiendo a las súplicas elevadas a Nos, individualmente y en común, por muchos cardenales, obispos y fieles católicos, ponemos digno fin a este Año Jubilar introduciendo en la sagrada liturgia una festividad especialmente dedicada a Nuestro Señor Jesucristo Rey. Y ello de tal modo nos complace, que deseamos, venerables hermanos, deciros algo acerca del asunto. A vosotros toca acomodar después a la inteligencia del pueblo cuanto os vamos a decir sobre el culto de Cristo Rey; de esta suerte, la solemnidad nuevamente instituida producirá en adelante, y ya desde el primer momento, los más variados frutos.

I. LA REALEZA DE CRISTO

6. Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su ciencia cuanto porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad[1] y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús. Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino[2]; porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.

a) En el Antiguo Testamento

7. Que Cristo es Rey, lo dicen a cada paso las Sagradas Escrituras.

Así, le llaman el dominador que ha de nacer de la estirpe de Jacob[3]; el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra[4]. El salmo nupcial, donde bajo la imagen y representación de un Rey muy opulento y muy poderoso se celebraba al que había de ser verdadero Rey de Israel, contiene estas frases: El trono tuyo, ¡oh Dios!, permanece por los siglos de los siglos; el cetro de su reino es cetro de rectitud[5]. Y omitiendo otros muchos textos semejantes, en otro lugar, como para dibujar mejor los caracteres de Cristo, se predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extrema del orbe de la tierra[6].

8. A este testimonio se añaden otros, aún más copiosos, de los profetas, y principalmente el conocidísimo de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo y se nos ha dado un Hijo, el cual lleva sobre sus hombros el principado; y tendrá por nombre el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el Príncipe de Paz. Su imperio será amplificado y la paz no tendrá fin; se sentará sobre el solio de David, y poseerá su reino para afianzarlo y consolidarlo haciendo reinar la equidad y la justicia desde ahora y para siempre[7]. Lo mismo que Isaías vaticinan los demás profetas. Así Jeremías, cuando predice que de la estirpe de David nacerá el vástago justo, que cual hijo de David reinará como Rey y será sabio y juzgará en la tierra[8]. Así Daniel, al anunciar que el Dios del cielo fundará un reino, el cual no será jamás destruido..., permanecerá eternamente[9]; y poco después añade: Yo estaba observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las nubes del cielo un personaje que parecía el Hijo del Hombre; quien se adelantó hacia el Anciano de muchos días y le presentaron ante El. Y diole éste la potestad, el honor y el reino: Y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: la potestad suya es potestad eterna, que no le será quitada, y su reino es indestructible[10]. Aquellas palabras de Zacarías donde predice al Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino, había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas[11], ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?

b) En el Nuevo Testamento

9. Por otra parte, esta misma doctrina sobre Cristo Rey que hemos entresacado de los libros del Antiguo Testamento, tan lejos está de faltar en los del Nuevo que, por lo contrario, se halla magnífica y luminosamente confirmada.

En este punto, y pasando por alto el mensaje del arcángel, por el cual fue advertida la Virgen que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David su padre y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin[12], es el mismo Cristo el que da testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey[13] y públicamente confirmó que es Rey[14], y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra[15]. Con las cuales palabras, ¿qué otra cosa se significa sino la grandeza de su poder y la extensión infinita de su reino? Por lo tanto, no es de maravillar que San Juan le llame Príncipe de los reyes de la tierra[16], y que El mismo, conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito en su vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan[17]. Puesto que el Padre constituyó a Cristo heredero universal de todas las cosas[18], menester es que reine Cristo hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo los pies del trono de Dios a todos sus enemigos[19].

c) En la Liturgia

10. De esta doctrina común a los Sagrados Libros, se siguió necesariamente que la Iglesia, reino de Cristo sobre la tierra, destinada a extenderse a todos los hombres y a todas las naciones, celebrase y glorificase con multiplicadas muestras de veneración, durante el ciclo anual de la liturgia, a su Autor y Fundador como a Soberano Señor y Rey de los reyes.

Y así como en la antigua salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de estos títulos honoríficos que con maravillosa variedad de palabra expresan el mismo concepto, así también los emplea actualmente en los diarios actos de oración y culto a la Divina Majestad y en el Santo Sacrificio de la Misa. En esta perpetua alabanza a Cristo Rey descúbrese fácilmente la armonía tan hermosa entre nuestro rito y el rito oriental, de modo que se ha manifestado también en este caso que la ley de la oración constituye la ley de la creencia.

d) Fundada en la unión hipostática

11. Para mostrar ahora en qué consiste el fundamento de esta dignidad y de este poder de Jesucristo, he aquí lo que escribe muy bien San Cirilo de Alejandría: Posee Cristo soberanía sobre todas las criaturas, no arrancada por fuerza ni quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza[20]. Es decir, que la soberanía o principado de Cristo se funda en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas.

e) Y en la redención

12. Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis rescatados no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero Inmaculado y sin tacha[21]. No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande[22]; hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo[23].

II. CARÁCTER DE LA REALEZA DE CRISTO

a) Triple potestad

13. Viniendo ahora a explicar la fuerza y naturaleza de este principado y soberanía de Jesucristo, indicaremos brevemente que contiene una triple potestad, sin la cual apenas se concibe un verdadero y propio principado. Los testimonios, aducidos de las Sagradas Escrituras, acerca del imperio universal de nuestro Redentor, prueban más que suficientemente cuanto hemos dicho; y es dogma, además, de fe católica, que Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a quien deben obedecer[24]. Los santos Evangelios no sólo narran que Cristo legisló, sino que nos lo presentan legislando. En diferentes circunstancias y con diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes guarden sus preceptos demostrarán que le aman y permanecerán en su caridad[25]. El mismo Jesús, al responder a los judíos, que le acusaban de haber violado el sábado con la maravillosa curación del paralítico, afirma que el Padre le había dado la potestad judicial, porque el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se lo dio al Hijo[26]. En lo cual se comprende también su derecho de premiar y castigar a los hombres, aun durante su vida mortal, porque esto no puede separarse de una forma de juicio. Además, debe atribuirse a Jesucristo la potestad llamada ejecutiva, puesto que es necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse.

b) Campo de la realeza de Cristo

a) En Lo espiritual

14. Sin embargo, los textos que hemos citado de la Escritura demuestran evidentísimamente, y el mismo Jesucristo lo confirma con su modo de obrar, que este reino es principalmente espiritual y se refiere a las cosas espirituales. En efecto, en varias ocasiones, cuando los judíos, y aun los mismos apóstoles, imaginaron erróneamente que el Mesías devolvería la libertad al pueblo y restablecería el reino de Israel, Cristo les quitó y arrancó esta vana imaginación y esperanza. Asimismo, cuando iba a ser proclamado Rey por la muchedumbre, que, llena de admiración, le rodeaba, El rehusó tal título de honor huyendo y escondiéndose en la soledad. Finalmente, en presencia del gobernador romano manifestó que su reino no era de este mundo. Este reino se nos muestra en los evangelios con tales caracteres, que los hombres, para entrar en él, deben prepararse haciendo penitencia y no pueden entrar sino por la fe y el bautismo, el cual, aunque sea un rito externo, significa y produce la regeneración interior. Este reino únicamente se opone al reino de Satanás y a la potestad de las tinieblas; y exige de sus súbditos no sólo que, despegadas sus almas de las cosas y riquezas terrenas, guarden ordenadas costumbres y tengan hambre y sed de justicia, sino también que se nieguen a sí mismos y tomen su cruz. Habiendo Cristo, como Redentor, rescatado a la Iglesia con su Sangre y ofreciéndose a sí mismo, como Sacerdote y como Víctima, por los pecados del mundo, ofrecimiento que se renueva cada día perpetuamente, ¿quién no ve que la dignidad real del Salvador se reviste y participa de la naturaleza espiritual de ambos oficios?

b) En lo temporal

15. Por otra parte, erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las utilicen.

Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el que da los celestiales[27]. Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas palabras de nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, las cuales hacemos con gusto nuestras: El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano[28].

c) En los individuos y en la sociedad

16. El es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos[29].

El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos[30]. No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria. Lo que al comenzar nuestro pontificado escribíamos sobre el gran menoscabo que padecen la autoridad y el poder legítimos, no es menos oportuno y necesario en los presentes tiempos, a saber: «Desterrados Dios y Jesucristo —lamentábamos— de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que... hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido»[31].

17. En cambio, si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia. La regia dignidad de Nuestro Señor, así como hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado, así también ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos. Por eso el apóstol San Pablo, aunque ordenó a las casadas y a los siervos que reverenciasen a Cristo en la persona de sus maridos y señores, mas también les advirtió que no obedeciesen a éstos como a simples hombres, sino sólo como a representantes de Cristo, porque es indigno de hombres redimidos por Cristo servir a otros hombres: Rescatados habéis sido a gran costa; no queráis haceros siervos de los hombres[32].

18. Y si los príncípes y los gobernantes legítimamente elegidos se persuaden de que ellos mandan, más que por derecho propio por mandato y en representación del Rey divino, a nadie se le ocultará cuán santa y sabiamente habrán de usar de su autoridad y cuán gran cuenta deberán tener, al dar las leyes y exigir su cumplimiento, con el bien común y con la dignidad humana de sus inferiores. De aquí se seguirá, sin duda, el florecimiento estable de la tranquilidad y del orden, suprimida toda causa de sedición; pues aunque el ciudadano vea en el gobernante o en las demás autoridades públicas a hombres de naturaleza igual a la suya y aun indignos y vituperables por cualquier cosa, no por eso rehusará obedecerles cuando en ellos contemple la imagen y la autoridad de Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

19. En lo que se refiere a la concordia y a la paz, es evidente que, cuanto más vasto es el reino y con mayor amplitud abraza al género humano, tanto más se arraiga en la conciencia de los hombres el vínculo de fraternidad que los une. Esta convicción, así como aleja y disipa los conflictos frecuentes, así también endulza y disminuye sus amarguras. Y si el reino de Cristo abrazase de hecho a todos los hombres, como los abraza de derecho, ¿por qué no habríamos de esperar aquella paz que el Rey pacífico trajo a la tierra, aquel Rey que vino para reconciliar todas las cosas; que no vino a que le sirviesen, sino a servir; que siendo el Señor de todos, se hizo a sí mismo ejemplo de humildad y estableció como ley principal esta virtud, unida con el mandato de la caridad; que, finalmente dijo: Mi yugo es suave y mi carga es ligera.

¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejaran gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente —diremos con las mismas palabras de nuestro predecesor León XIII dirigió hace veinticinco años a todos los obispos del orbe católico—, entonces se podrán curar tantas heridas, todo derecho recobrará su vigor antiguo, volverán los bienes de la paz, caerán de las manos las espadas y las armas, cuando todos acepten de buena voluntad el imperio de Cristo, cuando le obedezcan, cuando toda lengua proclame que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre[33].

III. LA FIESTA DE JESUCRISTO REY

20. Ahora bien: para que estos inapreciables provechos se recojan más abundantes y vivan estables en la sociedad cristiana, necesario es que se propague lo más posible el conocimiento de la regia dignidad de nuestro Salvador, para lo cual nada será más eficaz que instituir la festividad propia y peculiar de Cristo Rey.

Las fiestas de la Iglesia

Porque para instruir al pueblo en las cosas de la fe y atraerle por medio de ellas a los íntimos goces del espíritu, mucho más eficacia tienen las fiestas anuales de los sagrados misterios que cualesquiera enseñanzas, por autorizadas que sean, del eclesiástico magisterio.

Estas sólo son conocidas, las más veces, por unos pocos fieles, más instruidos que los demás; aquéllas impresionan e instruyen a todos los fieles; éstas —digámoslo así— hablan una sola vez, aquéllas cada año y perpetuamente; éstas penetran en las inteligencias, a los corazones, al hombre entero. Además, como el hombre consta de alma y cuerpo, de tal manera le habrán de conmover necesariamente las solemnidades externas de los días festivos, que por la variedad y hermosura de los actos litúrgicos aprenderá mejor las divinas doctrinas, y convirtiéndolas en su propio jugo y sangre, aprovechará mucho más en la vida espiritual.

En el momento oportuno

21. Por otra parte, los documentos históricos demuestran que estas festividades fueron instituidas una tras otra en el transcurso de los siglos, conforme lo iban pidiendo la necesidad y utilidad del pueblo cristiano, esto es, cuando hacía falta robustecerlo contra un peligro común, o defenderlo contra los insidiosos errores de la herejía, o animarlo y encenderlo con mayor frecuencia para que conociese y venerase con mayor devoción algún misterio de la fe, o algún beneficio de la divina bondad. Así, desde los primeros siglos del cristianismo, cuando los fieles eran acerbísimamente perseguidos, empezó la liturgia a conmemorar a los mártires para que, como dice San Agustín, las festividades de los mártires fuesen otras tantas exhortaciones al martirio[34]. Más tarde, los honores litúrgicos concedidos a los santos confesores, vírgenes y viudas sirvieron maravillosamente para reavivar en los fieles el amor a las virtudes, tan necesario aun en tiempos pacíficos. Sobre todo, las festividades instituidas en honor a la Santísima Virgen contribuyeron, sin duda, a que el pueblo cristiano no sólo enfervorizase su culto a la Madre de Dios, su poderosísima protectora, sino también a que se encendiese en más fuerte amor hacia la Madre celestial que el Redentor le había legado como herencia. Además, entre los beneficios que produce el público y legítimo culto de la Virgen y de los Santos, no debe ser pasado en silencio el que la Iglesia haya podido en todo tiempo rechazar victoriosamente la peste de los errores y herejías.

22. En este punto debemos admirar los designios de la divina Providencia, la cual, así como suele sacar bien del mal, así también permitió que se enfriase a veces la fe y piedad de los fieles, o que amenazasen a la verdad católica falsas doctrinas, aunque al cabo volvió ella a resplandecer con nuevo fulgor, y volvieron los fieles, despertados de su letargo, a enfervorizarse en la virtud y en la santidad. Asimismo, las festividades incluidas en el año litúrgico durante los tiempos modernos han tenido también el mismo origen y han producido idénticos frutos. Así, cuando se entibió la reverencia y culto al Santísimo Sacramento, entonces se instituyó la fiesta del Corpus Christi, y se mandó celebrarla de tal modo que la solemnidad y magnificencia litúrgicas durasen por toda la octava, para atraer a los fieles a que veneraran públicamente al Señor. Así también, la festividad del Sacratísimo Corazón de Jesús fue instituida cuando las almas, debilitadas y abatidas por la triste y helada severidad de los jansenistas, habíanse enfriado y alejado del amor de Dios y de la confianza de su eterna salvación.

Contra el moderno laicismo

23. Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad. Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios.

24. Los amarguísimos frutos que este alejarse de Cristo por parte de los individuos y de las naciones ha producido con tanta frecuencia y durante tanto tiempo, los hemos lamentado ya en nuestra encíclica Ubi arcano, y los volvemos hoy a lamentar, al ver el germen de la discordia sembrado por todas partes; encendidos entre los pueblos los odios y rivalidades que tanto retardan, todavía, el restablecimiento de la paz; las codicias desenfrenadas, que con frecuencia se esconden bajo las apariencias del bien público y del amor patrio; y, brotando de todo esto, las discordias civiles, junto con un ciego y desatado egoísmo, sólo atento a sus particulares provechos y comodidades y midiéndolo todo por ellas; destruida de raíz la paz doméstica por el olvido y la relajación de los deberes familiares; rota la unión y la estabilidad de las familias; y, en fin, sacudida y empujada a la muerte la humana sociedad.

La fiesta de Cristo Rey

25. Nos anima, sin embargo, la dulce esperanza de que la fiesta anual de Cristo Rey, que se celebrará en seguida, impulse felizmente a la sociedad a volverse a nuestro amadísimo Salvador. Preparar y acelerar esta vuelta con la acción y con la obra sería ciertamente deber de los católicos; pero muchos de ellos parece que no tienen en la llamada convivencia social ni el puesto ni la autoridad que es indigno les falten a los que llevan delante de sí la antorcha de la verdad. Estas desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza que los adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los fieles todos comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a llevar a Dios de nuevo los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por mantener incólumes los derechos del Señor.

Además, para condenar y reparar de alguna manera esta pública apostasía, producida, con tanto daño de la sociedad, por el laicismo, ¿no parece que debe ayudar grandemente la celebración anual de la fiesta de Cristo Rey entre todas las gentes? En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad.

Continúa una tradición

26. ¿Y quién no echa de ver que ya desde fines del siglo pasado se preparaba maravillosamente el camino a la institución de esta festividad? Nadie ignora cuán sabia y elocuentemente fue defendido este culto en numerosos libros publicados en gran variedad de lenguas y por todas partes del mundo; y asimismo que el imperio y soberanía de Cristo fue reconocido con la piadosa práctica de dedicar y consagrar casi innumerables familias al Sacratísimo Corazón de Jesús. Y no solamente se consagraron las familias, sino también ciudades y naciones. Más aún: por iniciativa y deseo de León XIII fue consagrado al Divino Corazón todo el género humano durante el Año Santo de 1900.

27. No se debe pasar en silencio que, para confirmar solemnemente esta soberanía de Cristo sobre la sociedad humana, sirvieron de maravillosa manera los frecuentísimos Congresos eucarísticos que suelen celebrarse en nuestros tiempos, y cuyo fin es convocar a los fieles de cada una de las diócesis, regiones, naciones y aun del mundo todo, para venerar y adorar a Cristo Rey, escondido bajo los velos eucarísticos; y por medio de discursos en las asambleas y en los templos, de la adoración, en común, del augusto Sacramento públicamente expuesto y de solemnísimas procesiones, proclamar a Cristo como Rey que nos ha sido dado por el cielo. Bien y con razón podría decirse que el pueblo cristiano, movido como por una inspiración divina, sacando del silencio y como escondrijo de los templos a aquel mismo Jesús a quien los impíos, cuando vino al mundo, no quisieron recibir, y llevándole como a un triunfador por las vías públicas, quiere restablecerlo en todos sus reales derechos.

Coronada en el Año Santo

28. Ahora bien: para realizar nuestra idea que acabamos de exponer, el Año Santo, que toca a su fin, nos ofrece tal oportunidad que no habrá otra mejor; puesto que Dios, habiendo benignísimamente levantado la mente y el corazón de los fieles a la consideración de los bienes celestiales que sobrepasan el sentido, les ha devuelto el don de su gracia, o los ha confirmado en el camino recto, dándoles nuevos estímulos para emular mejores carismas. Ora, pues, atendamos a tantas súplicas como los han sido hechas, ora consideremos los acontecimientos del Año Santo, en verdad que sobran motivos para convencernos de que por fin ha llegado el día, tan vehementemente deseado, en que anunciemos que se debe honrar con fiesta propia y especial a Cristo como Rey de todo el género humano.

29. Porque en este año, como dijimos al principio, el Rey divino, verdaderamente admirable en sus santos, ha sido gloriosamente magnificado con la elevación de un nuevo grupo de sus fieles soldados al honor de los altares. Asimismo, en este año, por medio de una inusitada Exposición Misional, han podido todos admirar los triunfos que han ganado para Cristo sus obreros evangélicos al extender su reino. Finalmente, en este año, con la celebración del centenario del concilio de Nicea, hemos conmemorado la vindicación del dogma de la consustancialidad del Verbo encarnado con el Padre, sobre la cual se apoya como en su propio fundamento la soberanía del mismo Cristo sobre todos los pueblos.

Condición litúrgica de la fiesta

30. Por tanto, con nuestra autoridad apostólica, instituimos la fiesta de nuestro Señor Jesucristo Rey, y decretamos que se celebre en todas las partes de la tierra el último domingo de octubre, esto es, el domingo que inmediatamente antecede a la festividad de Todos los Santos. Asimismo ordenamos que en ese día se renueve todos los años la consagración de todo el género humano al Sacratísimo Corazón de Jesús, con la misma fórmula que nuestro predecesor, de santa memoria, Pío X, mandó recitar anualmente.

Este año, sin embargo, queremos que se renueve el día 31 de diciembre, en el que Nos mismo oficiaremos un solemne pontifical en honor de Cristo Rey, u ordenaremos que dicha consagración se haga en nuestra presencia. Creemos que no podemos cerrar mejor ni más convenientemente el Año Santo, ni dar a Cristo, Rey inmortal de los siglos, más amplio testimonio de nuestra gratitud —con lo cual interpretamos la de todos los católicos— por los beneficios que durante este Año Santo hemos recibido Nos, la Iglesia y todo el orbe católico.

31. No es menester, venerables hermanos, que os expliquemos detenidamente los motivos por los cuales hemos decretado que la festividad de Cristo Rey se celebre separadamente de aquellas otras en las cuales parece ya indicada e implícitamente solemnizada esta misma dignidad real. Basta advertir que, aunque en todas las fiestas de nuestro Señor el objeto material de ellas es Cristo, pero su objeto formal es enteramente distinto del título y de la potestad real de Jesucristo. La razón por la cual hemos querido establecer esta festividad en día de domingo es para que no tan sólo el clero honre a Cristo Rey con la celebración de la misa y el rezo del oficio divino, sino para que también el pueblo, libre de las preocupaciones y con espíritu de santa alegría, rinda a Cristo preclaro testimonio de su obediencia y devoción. Nos pareció también el último domingo de octubre mucho más acomodado para esta festividad que todos los demás, porque en él casi finaliza el año litúrgico; pues así sucederá que los misterios de la vida de Cristo, conmemorados en el transcurso del año, terminen y reciban coronamiento en esta solemnidad de Cristo Rey, y antes de celebrar la gloria de Todos los Santos, se celebrará y se exaltará la gloria de aquel que triunfa en todos los santos y elegidos. Sea, pues, vuestro deber y vuestro oficio, venerables hermanos, hacer de modo que a la celebración de esta fiesta anual preceda, en días determinados, un curso de predicación al pueblo en todas las parroquias, de manera que, instruidos cuidadosamente los fieles sobre la naturaleza, la significación e importancia de esta festividad, emprendan y ordenen un género de vida que sea verdaderamente digno de los que anhelan servir amorosa y fielmente a su Rey, Jesucristo.

Con los mejores frutos

32. Antes de terminar esta carta, nos place, venerables hermanos, indicar brevemente las utilidades que en bien, ya de la Iglesia y de la sociedad civil, ya de cada uno de los fieles esperamos y Nos prometemos de este público homenaje de culto a Cristo Rey.

a) Para la Iglesia

En efecto: tributando estos honores a la soberanía real de Jesucristo, recordarán necesariamente los hombres que la Iglesia, como sociedad perfecta instituida por Cristo, exige —por derecho propio e imposible de renunciar— plena libertad e independencia del poder civil; y que en el cumplimiento del oficio encomendado a ella por Dios, de enseñar, regir y conducir a la eterna felicidad a cuantos pertenecen al Reino de Cristo, no pueden depender del arbitrio de nadie.

Más aún: el Estado debe también conceder la misma libertad a las órdenes y congregaciones religiosas de ambos sexos, las cuales, siendo como son valiosísimos auxiliares de los pastores de la Iglesia, cooperan grandemente al establecimiento y propagación del reino de Cristo, ya combatiendo con la observación de los tres votos la triple concupiscencia del mundo, ya profesando una vida más perfecta, merced a la cual aquella santidad que el divino Fundador de la Iglesia quiso dar a ésta como nota característica de ella, resplandece y alumbra, cada día con perpetuo y más vivo esplendor, delante de los ojos de todos.

b) Para la sociedad civil

33. La celebración de esta fiesta, que se renovará cada año, enseñará también a las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo no sólo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes.

A éstos les traerá a la memoria el pensamiento del juicio final, cuando Cristo, no tanto por haber sido arrojado de la gobernación del Estado cuanto también aun por sólo haber sido ignorado o menospreciado, vengará terriblemente todas estas injurias; pues su regia dignidad exige que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos, ora al establecer las leyes, ora al administrar justicia, ora finalmente al formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectitud de costumbres. Es, además, maravillosa la fuerza y la virtud que de la meditación de estas cosas podrán sacar los fieles para modelar su espíritu según las verdaderas normas de la vida cristiana.

c) Para los fieles

34. Porque si a Cristo nuestro Señor le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; si los hombres, por haber sido redimidos con su sangre, están sujetos por un nuevo título a su autoridad; si, en fin, esta potestad abraza a toda la naturaleza humana, claramente se ve que no hay en nosotros ninguna facultad que se sustraiga a tan alta soberanía. Es, pues, necesario que Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto acatamiento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo; es necesario que reine en la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos; es necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo los efectos naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y sólo a El estar unido; es necesario que reine en el cuerpo y en sus miembros, que como instrumentos, o en frase del apóstol San Pablo, como armas de justicia para Dios[35], deben servir para la interna santificación del alma. Todo lo cual, si se propone a la meditación y profunda consideración de los fieles, no hay duda que éstos se inclinarán más fácilmente a la perfección.

35. Haga el Señor, venerables hermanos, que todos cuantos se hallan fuera de su reino deseen y reciban el suave yugo de Cristo; que todos cuantos por su misericordia somos ya sus súbditos e hijos llevemos este yugo no de mala gana, sino con gusto, con amor y santidad, y que nuestra vida, conformada siempre a las leyes del reino divino, sea rica en hermosos y abundantes frutos; para que, siendo considerados por Cristo como siervos buenos y fieles, lleguemos a ser con El participantes del reino celestial, de su eterna felicidad y gloria.

Estos deseos que Nos formulamos para la fiesta de la Navidad de nuestro Señor Jesucristo, sean para vosotros, venerables hermanos, prueba de nuestro paternal afecto; y recibid la bendición apostólica, que en prenda de los divinos favores os damos de todo corazón, a vosotros, venerables hermanos, y a todo vuestro clero y pueblo.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de diciembre de 1925, año cuarto de nuestro pontificado.

 

PÍO PP XI

 

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